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31/1/2019 Comments

Los orok, el pueblo de la frontera entre Japón y Rusia

Por Alejandro Sánchez

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​En la isla de Sajalín ,Rusia, con el estrecho de La Pérouse como única frontera con Japón, se encuentra la mayor parte del pueblo de los orok, quienes se denominan a sí mismos como los uilta. Este ejemplo viviente de los vaivenes de la historia cuenta  apenas con una exigua población en torno a las 400 personas en todo el mundo (según estudios del año 2002). Al conocer a este pueblo por primera vez nos preguntamos: ¿cuál es la razón de que su cultura casi haya desaparecido? y ¿qué tiene que ver este pueblo con Japón, en su historia y en la actualidad?


​Orígenes del pueblo orok y sus vecinos
​

Los orok llegaron a Sajalín a lo largo del siglo XVII. Su tradición oral menciona los lazos étnicos que les unían hasta entonces con el pueblo de los ulchi. Éstos estaban situados en la parte baja del río Amur, al este de Siberia, en Rusia continental. Al llegar a Sajalín, los orok se propagaron a lo largo de la isla, compartiendo territorio con otros pueblos como los ainu, los nivjis y los evenkis. Con el tiempo se repartieron en cinco territorios principales, cada uno con sus características. Por ejemplo, sobre todo al norte, los orok se dedicaban a la ganadería de ciervos, que realizaban de forma nómade en dos estaciones: invierno y verano.
Quien conozca la historia tanto de  Rusia como de Japón podrá recordar un punto de inflexión que tuvo lugar a principios del siglo XX: la guerra ruso-japonesa (1904-1905). Allí el imperio nipón se alzó como vencedor, firmándose el Tratado de Portsmouth. Una de las muchas consecuencias de este tratado fue que la isla de Sajalín, perteneciente hasta entonces a los rusos, pasaba a quedar dividida en dos. Así, el sur se convertiría en territorio japonés. A nivel político, el sur de Sajalín pasó a ser conocido como la prefectura de Karafuto, con capital en Ōtomari (de nombre actual Korsakov) y a partir de 1908 en Toyohara (de nombre actual Yuzhno-Sakhalinsk). ​
Una distinción importante es que hubo dos tipos de asimilamientos poblacionales. Por una parte, el pueblo ainu que habitaba en Sajalín pasó a ser considerado parte de la ciudadanía japonesa. Esto suponía prácticas tales como que fueran forzados a aprender el idioma, adoptar nombres japoneses y a seguir la abolición de prácticas religiosas, como los tatuajes faciales o los sacrificios de animales. Esta política por parte de Japón, se remontaba a 1899 bajo la premisa de colonialización (拓殖, takushoku) siguiendo el  ‘Acta de Aborígenes de Hokkaido’. Más tarde tal proceso se trataría más bien como “apertura” o “reclamación de tierras” (開拓, kaitaku).
Esto, sin embargo, no pasó con los orok. Ellos permanecieron reconocidos como “indígenas de Karafuto”, lo que también se aplicó a los gilyak y a los coreanos de Sajalín. El cambio social y político afectó, no obstante, a los orok en su forma de ganarse la vida. Entre otros trabajos, la ganadería de ciervos dejó de resultar rentable por la geografía y tuvieron que adaptarse.

​Así se dedicaron a labores como la pesca o la crianza de perros, más parecidas a la de los ainu, por lo que limitaron sus actividades nómades y se asentaron mayormente en la costa. Algunos orok también acabaron formando parte del Ejército Imperial Japonés, pero principalmente como espías. La razón es muy sencilla: al ser un pueblo indígena, en Rusia no se sospechaba tanto de los orok y sus prácticas semi-nómades.
La etapa de la posguerra: la nueva vida de los uilta

​Como los orok no eran considerados ciudadanos de Japón, cuando en 1945 tuvo lugar la invasión soviética de Sajalín, los japoneses no les incluyeron en la campaña de evacuación tanto de este territorio como de las islas Kuriles.

Y el destino de los orok del ejército japonés fue aún peor. Pasaron a formar parte de campos de concentración soviéticos y sólo serían reconocidos como ciudadanos japoneses décadas después, por lo que pudieron migrar a dicho país. Karafuto pasó a formar parte de la Unión Soviética y fue renombrado como el óblost (provincia) de Sajalín.
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Desde entonces existe en Japón un asentamiento muy limitado (de tan sólo unas 20 personas estimadas) cerca de la ciudad de Abashiri, en Hokkaido. Estos son descendientes de los soldados imperiales que fueron liberados de los campos de concentración.

La cultura de los orok, mayormente perdida por sus asimilaciones sociales, migraciones e historia, aún se conserva en estos asentamientos dispersos por Sajalín y Hokkaido. Pero también existe en Abashiri un museo llamado "Zakka duxuni”. Allí se intenta preservar la tradición de los orok. Este museo fue financiado por japoneses de todas partes del país.
​
Esta conciencia de los orok y de los habitantes de Abashiri, según Alan Wood en su libro “The Development of Siberia: People and Resources”, ha dado sus frutos de varias formas. Primero, en permitir a los orok integrarse en el mundo de la política y en el mundo académico japonés para representar de forma fidedigna a su pueblo. Y segundo, para cambiar de forma gradual el viejo topónimo de orok, acuñado por los japoneses, por el que usan para definirse a sí mismos: el pueblo de los uilta. ​

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Alejandro Sánchez

Graduado en Estudios de Asia Oriental e interesado en la
traducción desde el japonés en literatura, historia y medicina. Nací
en Canarias, España, pero ahora vivo en la prefectura de Saitama, en
Japón. En el futuro aspiro a aprender chino y ruso para poder llamarme
pentáglota y leer más autores muertos.

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